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Martha gorda y José pequeño


Casi María y José... pero sería demasiada religiosidad y Martha no lo soportaría. Posiblemente se suicidaría si además su hijo fuera un tal Jesús...

Primero lo primero suelen decir, pero la verdad que no existe noción de antes y lo siguiente. Tal vez Martha fue María pero si lo fue no nos interesa. Lo que nos llama son las múltiples Marthas encontradas con los múltiples Josés que son ellos mismos repitiendo diversas historias de amor.

La primera Martha era gorda, lo cual es una ficción de inicio porque no sé si hay primera, y si lo escribí fue sólo para que se entendiera que son muchas... en fin, retomo: Gorda como los que quieren abarcar mucho para ser visibles por eso, por su opulenta masa. Si, era gorda por egocéntrica y no por incontenible, porque cuando quería no comía pero inmediatamente sabía que la mirada de la gente pasaba de ella, se perdía en los demás.

El José que correspondió al tiempo de esta Martha era pequeño como niño y delgado como palo grueso de portería. A José le encantaba comer estrellas. A decir verdad él sólo había probado una, una vez. Experimentó una de esas que se caen y que luego encontramos por las calles en forma de coral.

Es importante señalar que pasados unos minutos en nuestra atmósfera y con nuestra contaminación, las estrellas pierden su luz y su humectación, se secan, pero pese a todo no pierden su encanto, son impresionantes corales. Lamentablemente nosotros, tan poco acostumbrados a la belleza y contemplación, mandamos máquinas para retirar aquello que irrumpe nuestro tránsito, o los cubrimos con mantas para aprovechar el lugar y usarlo de exhibidor de alguno de esos productos que no sirven para soñar pero que se consumen al 100, de los que crees que te hacen ver más bonita desgastando tu piel.

A José le gustaban las estrellas y cuando conoció a Martha se enamoró, no porque ella le pareciera una sino por la posibilidad que le daba de llegar a ellas. Martha, la gorda por egoísta, encontró a alguien casi diminuto, comparado con su corpulencia, que le cocinaba. José, el delgado y pequeño complacía las necesidades de Martha, aunque la mayoría se referían a los placeres de la panza. A cambio de los agasajos, Martha soportaba una peculiaridad de José: cada noche despejada, de cada mes impar, luego de la cena, Martha se acostaba en el patio desnuda, con todas sus carnes escurriendo. José se aventaba a ella, no para hacer el amor, sino para usar la panza inflada de Martha como trampolin. Uno, cinco, veinte... generalmente al salto 50 José se elevaba lo suficiente para dar tremenda mordida a una estrella. Experiencia orgásmica que transformaba por minutos a Martha, pues sólo en ese momento dejaba de existir para si y se extasiaba mirando a José estrella. Por instantes Martha lo ama y él la ama, si, eran las estrellas la droga que conseguía unir a tan singulares personajes, las estrellas vivas y las estrellas-corales.

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