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Mostrando entradas de 2015

Martha rueda y José sol

Martha, rueda que rueda y nunca cae. José sol se cree ignorado por Martha rueda, pues cada que la abraza ella no permanece, solo avanza. Martha de cierto no sabe de José, pero lo imagina, su calor la toca. La distancia trae la duda, ambos desconocen que se quieren juntos. José sol la admira desde el cielo, pero ella, tan rodante, parece mirar la tierra. Ella, tan con los pies firmes y él tan con las alas largas. Ella detiene el tiempo y decide soltar amarres, sube a la cumbre más castigada que conoce. Martha, rueda que rueda, toma impulso y vuela momentáneamente. Suspendidos se miran, segundos en el aire bastan para entenderse, admirarse, quererse. Los ojos brillan con la intensión de ser por siempre. Martha deja de rodar al llegar con él. No se alcanzan a tocar. José altera su vida, intenta salvarla expulsándola, alejándola... Muy tarde José. La rueda que cae del Sol deja de ser ella y el Sol que intenta conservarla se apaga por el río de lagrimas que nunca cesa.

Martha ponedora de palabras, José el escucha

Cada globo traía una palabra dentro que veía la luz justo cuando se creaba un estallido. La palabra flotaba con una música particular integrada, de modo que los habitantes aprendían un significado auditivo asociado a la palabra. Un "hola cómo estás" sonaba a tintilantes hojas. "Prefiero el rosa" como estrella fugaz. "Vamos a comer carne asada" a mantequilla rebotando en el aceite. Así, el mejor poeta era el mejor músico o, también, personas como Martha, que se dedicaban a cazar globos ilegalmente para resguardar, en frascos de lágrimas, todo mensaje comunicativo. Y eran los mejores porque, a diferencia de los sujetos normales que tenían que esperar pacientemente a que el ambiente decidiera soltar ciertas palabras para verlas, pensarlas y emitirlas, ellos podían pensarlas antes y crear significados propios. En ese mundo José limitaba su existencia a ver las extrañezas de la gente común, pues las palabras aparecían aleatoriamente y la comunicación e

Martha se queda y José vuela

José quería estar cual nube que acaricia pero se sabía una fotografía en partes velada, que se dibujaba a capricho de ella y también por ella quedaba vacío. Su desesperación era por delinear lo nublado para ver a Martha sonrisa... pero así, en su presente, carecía de herramientas para satisfacerla. Lo comprendió y cogió las maletas. Cuando ya estaba a miles de kilómetros comenzaron a formarse montañas a su alrededor, las raíces de ella le buscaban y trastocaban la tierra, cambiaban geografías. Martha no sabía que extendía sus raíces... con la certeza de la partida de José sus semanas transcurrían con hiperventilaciones, mareos y vómitos, con incontinencia lagrimal durante las noches. Dejó de pertenecerse así misma y nadie lo notó. Tampoco notaron la desaparición de José y él olvidó que la planicie se deformaba. Andando por los pétalos de la vida Martha inhaló el susurro del viento. ¿En serio te aferrarás a él? Déjalo, es joven para seguir sus sueños... un segundo de ese aire y

Balada triste de trompeta

La idea era muy básica: entrar al escenario y causar risas. Entre el inicio y el producto final uno tenía cinco minutos para preparar la receta mágica y hacerse de los ingredientes, que siempre coincidían en ser uno mismo. Yo intenté presentarme con un hermoso brillo en los ojos, abrirlos muy muy grandes, léase que se me veían abiertos, y hacer algo. Lo intenté. Al primer paso me sentí sofocada, decidí, de última, cantar "Gracias a la vida" de Violeta Parra pero la falta de aire llegó a mis cuerdas vocales. Entrecortados los sonidos me oía lastimada, emitía lamentos acompañados, cada vez más, de saladas lágrimas. Era inverosímil, una canción de agradecimiento con alguien que la emitía como si le doliera la vida. Poco a poco todos comenzaron a llorar, yo no pude continuar y salí. Los aplausos fueron muchos pero más los abrazos. Dos minutos en el escenario contra un mes de nostalgia, estar ahí, cantar esa canción, me hizo algo. Hoy comparo esta escena con mi película

Tan panteras...

Lo siguiente se encontró en una revista de hombres: "Era el instinto, parece que cada cierto tiempo tienen que volverse locas y no entienden de razones. Así son las mujeres panteras, lobas, incontenibles. ¿Y uno qué culpa tiene de que este mundo no se forjó para ellas? No saben comunicarse civilizadamente, llevan al límite la vida y las pequeñas cosas siempre son gigantes para ellas. Recuerdo el caso de Pío. Pío era pequeño y delgado, piel dorada y curtida. Iba desnudo por la vida, sin importar el frío cortante o el abrasante sol. La ropa, cualquier trapo, le era insoportable. Por todo lo demás, Pío, de joven, era extraordinario. Parlaba en cinco idiomas de política, proyectos de frontera, filosofía... pero el tiempo y el mundo se encargaron de hacerle saber que su dimensión estaba equivocada. Ya a los treinta vivía en la clínica, sin voz, como un frágil pajarito en cunclillas que, de vez en vez, abría sus brazos alas y sonreía a la vida. El problema  de Pío es el mismo

Minino

Verde azul mininos ojos. Niños de mi alma de azotea en azotea quieren reir. Mininos ojos curiosos. De flores sol nace un colibrí.