Y que va lliegando comadrita, alli a lo lejos lo videamos hablando retejuerte y todos corrieron hacia él. Yo la neta también jui pero ya alli no me dejaron subir porque ni mi alma cabía, eso estaba a reventar a lo gueno. Y pus no, ni sabía pa qué era, solo había escuchado en la corredera que daban 500 pesotes y pos los del partido siempre cumplen. ¿Se acuerda comadre cómo nos dieron nuestra despensa solo por marcar la papeleta de votación? Pos sí cumplen o eso creía. Al día siguiente todos en el barrio estaban enfermos, gripa, dolor de cabeza, moco verde y amarillo, flemas, esas asquerosidades. ¿Y sabe por qué? Esos hijo de la chingada, y nosotros no solo pobres y necesitados sino pendejos... en fin, esos hijos de la chingada los cogieron como conejillas de indias, les "vacunaron" para eso de la influenza, quesque pa ver si servía su medicamento mágico. ¿Y luego qué? Mnaaahhh, nada, se murieron cinco de mi calle, pero las familias con sus quinientos pesotes contrataron cable por dos meses.
¿Qué sabes tú de mí que he pasado más de 20 años a la espera? Resonaba esa frase neblina de un octubre sin lluvias que carcomía de frío a los huesos expuestos. En medio del parque, solitaria, estaba Martha espera sintiéndose extraña en una ciudad automatizada donde la inmediatez era ya. Y ella sin poder sentirse útil pues su experiencia en 20 años de espera no había sido como la de cualquiera que aprende a vencer su cuerpo al aire y a dejar su mente suspensa... porque ella se especializó en filas. Sí, en esperar en filas. Filas que se organizaban por orden de llegada, por preferencia de sexo o de status, o de gravedad, por gustos o tamaños o edades; filas de uno o de mil a espera de avanzar hacia algo moviéndose con cadencia. Esta peculiaridad la capacitaba para pensar frecuentemente en cómo escapar de ellas, en cómo aprovechar las más cortas o las más rápidas o en cómo no salirse de control y evitar las frustraciones que provocaban. Aprendió también a hacerlas con gusto y hast
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