Ir al contenido principal

El viento




Y ahora toca evidenciar que mi memoria es lo que todos ya sabían. ¿Qué recuerdo? La silla, eso sí, la forma insistente con que tuve que acomodarme una y otra vez para ver, para no caerme, para evitar asfixiar. De fondo la gran pantalla con muchas cabecitas entre la imagen proyectada y mi persona. Joder, que era yo la que pedí ver esa película y ¿qué recuerdo? El viento, el viento, que no se ve directamente pero se sabe...

El niño japonés y su mentor... Una idea, crear ideas, soñar ideas, apasionarse por las ideas, formarse para tener la capacidad, materializar ideas. Vivir por ideales, luchar por ellos y configurarlos. Si lo creado es destruido no importa, hay cosas que salen de nuestras manos destinadas al fracaso, no importa porque se vivió con sentido y placer al hacer lo que uno soñaba, y se encontraron en el camino personas con sueños compartidos.

Al final la vida es viento y nosotros también.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Proemio, pinturas de transición

 

José monólogo

Labios higos con dulce de leche, labios chocolate derretido, labios azucena y miel, tan públicos, tan públicos y poco míos. Y esos ojos con ausencia de mí, tan almendra negra que vela a las almas tristes. Mi cuerpo extraña tu abrazo, ese contacto suave y firme de suspiros profundos. La cobardía me cubre casi en la totalidad, solo mis dedos, que escriben este texto, han quedado desprotegidos y se sublevan, pero qué pueden hacer esos pequeños frágiles que se entumen todas las mañanas. Te hubiese gustado estar aquí, la nostalgia bajó hoy por las montañas en forma de neblina y nos cubrió a todos. No alcanzo a ver nada a mi paso, solo luces borrosas en una calle trémula e indiferente. Me imagino que hoy es luna llena y tú no la verás, preferirás quedarte en casa porque escuchaste que en noches de luna llena la bestia se apodera de todos y los índices de crímenes y accidentes aumentan. Te gusta creer tonterías y entonces no estarás caminando bajo la misma luna por la que apenas si a...

Martha hacedora de filas

¿Qué sabes tú de mí que he pasado más de 20 años a la espera? Resonaba esa frase neblina de un octubre sin lluvias que carcomía de frío a los huesos expuestos. En medio del parque, solitaria, estaba Martha espera sintiéndose extraña en una ciudad automatizada donde la inmediatez era ya. Y ella sin poder sentirse útil pues su experiencia en 20 años de espera no había sido como la de cualquiera que aprende a vencer su cuerpo al aire y a dejar su mente suspensa... porque ella se especializó en filas. Sí, en esperar en filas. Filas que se organizaban por orden de llegada, por preferencia de sexo o de status, o de gravedad, por gustos o tamaños o edades; filas de uno o de mil a espera de avanzar hacia algo moviéndose con cadencia. Esta peculiaridad la capacitaba para pensar frecuentemente en cómo escapar de ellas, en cómo aprovechar las más cortas o las más rápidas o en cómo no salirse de control y evitar las frustraciones que provocaban. Aprendió también a hacerlas con gusto y ...