Me pidió que escuchara con cuidado, que estaba equivocada.
Error: abrir las piernas y cerrar el corazón.
Doble error: abrir el corazón y cerrar las piernas.
El peor error: no abrir nada.
Y ahí, entre el día frío y deslumbrante, y la noche llena de canciones de Chavela Vargas, entre metro bellas artes y metro universidad, entre proyectos inacabados y frustraciones que depositar: saliendo con imposibles, con quienes tenían pareja, eran muy jóvenes, eran vírgenes, adictos al alcohol o al trabajo, no tenían dinero, se encontraban a miles de kilómetros de distancia o simplemente no les interesaba más que para pasar el rato. Imposibles para mi, para pensarlos a futuro, para abrirme.
Sin sexo no tenía tantos problemas, generalmente me bastaba mi imaginación, mi mano y ahora, más frecuentemente mi consolador morado. Y más que el amor, caray! extrañaba tener olores cerca, olores de cariño, de esos que llenan el cuerpo con una sensación de bienestar vibrante. Extrañaba los abrazos y la intimidad, las sonrisas mañaneras.
Me di cuenta que la señal era abrir las piernas pero no besar. El beso es demasiado íntimo, implica saberme segura para dejarme llevar, una especie de amor y cuidado. Abría las piernas y cerraba los labios, que son la conexión al corazón.
Aprendí a no mirar a los ojos, no por vergüenza sino para no comunicarme, para no dar pie a que se les antojara besarme, para que no creyeran que se podían quedar. Miraba el cielo y volaba hacia él sin caer pero sin estar.
-No te olvides de ti- me decía, y comencé a recordarme.
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