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Las histerias de Martha y José



Como toda buena mujer de su época, Martha adquirió una histeria. Nunca pudo recordar en qué momento sucumbió al encanto, pero cree que su madre y la televisión tuvieron que ver.

En la historia de las histerias se ocultan sus orígenes pero por más que intenté, no los pude inventar. Posiblemente al inicio de su comercio sólo eran para mujeres. Se volvió un boom, todas querían una y su practicidad invadió a los hombres. Para que los masculinos no se sintieran femeninos, les dieron a sus histerias el nombre de histerios.

Dado que las histerias y los histerios eran una especie de ciclo lento de reproducción y crecimiento, y la demanda que tenían aumentaba considerablemente, poco a poco surgió la idea de su posible  extinción. Claro, se producía un escándalo cada que se advertía del peligro, y es que vivir sin ellas atentaba contra los códigos de comportamiento de una civilización que se jactaba de la carencia de salvajismo o brutalidad entre sus miembros.

La relación entre las histerias y las personas se volvía simbiótica: los gritos, berridos, carcajadas, furia, cualquier estridentismo que salía de las normas políticamente correctas de ser y estar en el mundo,  eran el alimento de las histerias. Así, uno podía siempre ser lo que se esperaba que uno fuera en tanto engordaba la histeria, que siempre acompañaba a todas partes a uno, porque era personal, no se podía prestar, la combinación de dos formas de ser las hacía explotar.

La histeria de Martha creció poco a poco, pero, cuando ella conoció a José, aumentó considerablemente. El histerio de José resintió de una manera poco vista ese encuentro, adelgazó casi hasta desaparecer y por más que José se alterase, nada, nada, nada, na, da, a... bueno, si, algo, su histerio murió.

¡Extra!, ¡extra!: ¡Primeeeeer caso de histeeeerio mueeeeertoooo!

Primer caaasoooo, primer caaa, primeeer... el pánico cundió, si hay un primero seguro sigue un segundo. Y en este mundo ni podían morir histerios sin causa aparente, ni las personas podían ser como José se tornó: Martha le causaba un revuelo en el corazón como del que todavía se leía en libros, ¿preludio de amor? ¿enamoramiento?... y ella... ella.... ella... tan tranquila sentada, mirando al mundo, con una histeria enorme que pronto dejó de entrar por la puerta de la casa, así que se mudaron a otra ciudad, la de puertas tamaño nube para histerias enormes que seguían creciendo cuando las dueñas se alejaban de la primer causa de ensanchamiento repentino de sus otros yo.







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