Martha olvido se encontró a un José pasado que le quería reclamar, según ella, quimeras. La voz, la mirada, la sonrisa y los dolores eran los mismos, por eso lo reconoció. Pero cuando hablaron del ayer ella no lo podía evocar. Él se sintió abandonado, ¿alguien lo había olvidado?.
El ayer perdido en la arena, esfumado en el mar ¿se podía recuperar?
Ese ayer formador de amarguras que ella creyó romper con los años, se presentaba para cobrar cuentas pendientes. En ese ayer se erigió un él que prometía mundos y exigía familia. Estaba una ella de 17 años , "desconfiadora" de palabras que terminó creyendo. No hubo sexo y por resultado él se fue, frustrado caminante, a habitar nidos más calientes. Ella, traicionada sentida, se comió lo vivido para expulsarlo, pero se le quedó en la sangre impregnado. Los hombres posteriores quedaron marcados, vacíos. Eran ilusionistas sin ropa debajo de la gabardina, sin cuerpo, sin pene ni pena ni gloria pero completamente disfrutables aunque no perdurables, no para el futuro.
Y ante el presente de ese José pasado, Martha olvido pensó que todo estaba disculpado. Lo intentó besar con la ternura propia del respeto a lo anterior y en el instante previo al contacto de sus labios ella lo congeló, tocó su corazón y él se quebró.
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