Un fantasma andante sin identificación ni temporalidad, así se encontró José a sí mismo a inicio de su existencia, luego de abrir por primera vez los ojos.
Ya con visión, procede el trastabilleo de las piernas que lo pretenden sostener y trasladar. La sensación de la firmeza de la tierra se convirtió en su primer recuerdo, el segundo fue descubrir a una intrusa.
La vio tímida al inicio, como quien no quiere pero al final, se da a lo grande. Aquella forastera salida de la incertidumbre se ató fuertemente a sus pies y comenzó a seguirlo durante el día. Tan acostumbrado a la soledad que había durado sus cinco primeros instantes de vida, que la idea de que alguien le sujetara le causó repulsión. Intentó de todo para desafanarse de esa carga pero todo inútil fue, menos esperar la ocultación solar y revelar que las noches eran enteramente para él.
De día aprendió a inhalar el calor húmedo del ambiente y a llevar su ritmo, sin rumbo ni oficio ni beneficio arrastraba con fastidio esa zángana que de noche lo abandonaba.
Aquella metomentodo no era otra que Martha sombra que nació con más anhelo que el del mismo José.
Nacer para ser sombra es nacer para ser un personaje secundario en tu propia historia, que nunca llega a ser sobre ti. Sin posibilidad de tomar las riendas, ser llevada como espectadora y limitarte a cumplir un guión predeterminado. Sombra nula a medio día, fuerte a las tres de la tarde, sombra amiga de la luna y ausente del sol. Sombra tan solita y poco platicadora. Tan falta de esencia y con una ligereza que nunca peso alguno se le ve, careciendo de anclas, de raíces, de familia y de querer.
La sombra adivinó su destino y la saudade coloreó su silueta a la par que brotaron dos lágrimas, y para brotar tuvieron que nacer sus almendros ojos, y si hay ojos hay alma y si hay alma hay ser y hay voluntad, que de tanto abarcar, imposible ocultar sus ansias de vida.
Una noche, sombra tan loquilla, inhaló y desapareció, y con eso el espíritu de José menguó.
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