Ir al contenido principal

Martha pez y José pez




En este mundo la sumisión es un estado desagradable pero se acepta como imprescindible para mantener una sociedad estamental. Estamental moderna, porque eso si, aquí la religión no existía y las clases, en lugar de ser las típicas del mundo aburrido que conocemos, tienen otros nombres, que no nos importan para el caso; bueno, la verdad es que no los recuerdo, pero haz como si no importara. Dada la repugnancia que evocaba la idea de sumisión, y la lucidez que tenían de la necesidad de dicha situación, los habitantes realizaban un sorteo para determinar cuales iban a ser los roles que tendrían durante los próximos cinco años.

El sorteo se efectuaba en la desembocadura del único río de agua salada que habían encontrado. Lo salado se debía a que el río atravesaba un desierto impregnado de rocas de cloruro sodio. Si, lo salado era producto de la contaminación. Lo importante de que el río no fuera dulce, como los demás, radica en los peces que vivían en él.

El día 45 de la última etapa de los cinco años, los habitantes asistían al río con una bolita para peces. Este objeto redondo era elaborado por cada uno, artesanalmente, a modo de alimento para estos vertebrados. Dentro venía el nombre de cada poblador. El 45 todos se reunían y aventaban al río el buen yantar. Así comenzaba el ritual que terminaba en el día 50, último del ciclo en cuestión.

Del día 46 al 50 eran las vacaciones esperadas por todos. En esta festividad descansaban de lo que habían sido por esos cinco años. Fuera roles impuestos, fuera jueces, fuera el deber ser. Generalmente terminaban todos desnudos porque, a fin de cuentas, la ropa imponía quién "era que". Se despojaban de todo lo que los mantenía en desigualdad social. Por supuesto, lo que pensaste sucedía, una mega orgía que regularmente duraba los cinco días. También era común que la gente se encontrara con gente de sus otras vidas. Si, nadie moría pero se consideraba un renacer cada cinco años porque no sólo mudaban las actividades que realizaban sino también la familia con la que vivían y, claro, el lugar de residencia. Casi todos disfrutaban de esta libertad que se concedían. Casi todos porque los relacionados directamente con el sorteo tenían que trabajar. Por eso, se consideraba casi un castigo pertenecer al Comité Internacional del Sorteo Nueva Vida, porque, por una vida, no eran libres.

Al Comité pertenecía Martha pez, pez por se la responsable de clasificar los peces muertos, los pescados. Se me olvidaba decirte que el alimento tan cuidadosamente manufacturado era veneno para esos animales de agua. Había escrito que los peces eran relevantes, y si, prácticamente ellos decidían el destino de las personas. El funcionamiento era este: un pez come una bolita, al rato muere de intoxicación, pero aleatoriamente cambia de color, de acuerdo al color se dice la tarea y relaciones de cada participante.

La tarea de Martha pez era de suma importancia, de ella y de su integridad dependía el futuro de todos. De su integridad porque, como en todos lados, habían intentado un sin número de veces corromperla para que se "equivocara" y pusiera en sitios privilegiados a algunos. Ella sabía que de hacer trampa, dejaría de tener sentido la organización de su mundo. De alguna manera el sistema garantizaba que a todos les iba a tocar de todo y aunque se ponían en situaciones de sumisión, al final era igualitario porque todos pasaban por todo.

Es a partir de los colores que Martha pez conoció a José pez. José pez, a diferencia de Martha pez, si era un pez. Martha lo encontró cuando él recientemente había ingerido el "alimento" y le observó simplemente porque él la observó también, y como todos sabemos, un pez no observa. Así que José debía ser un pez interesante, pensó Martha. Yo no sé si interesante pero me consta que si interesado en ella. El quid del asunto es que a Martha nunca la habían mirado ojos tan brillantes como estrella, y supuso que los peces sentían, o por lo menos José pez, bautizado así por ella, sentía.

Por impulso loco lo intentó sacar del río, él se retorció como pez que prefiere el agua al aire. Martha lo apretaba en sus manos de teflón para que José expulsara su muerte pero era demasiado tarde y él se escurría como queriendo impregnarse de ella. Como nuevo impulso loco, por culpa o amor, Martha se lo tragó.

Matha pez y José pez murieron juntos y el mundo se convirtió en caos.



Comentarios

Entradas populares de este blog

Proemio, pinturas de transición

 

José monólogo

Labios higos con dulce de leche, labios chocolate derretido, labios azucena y miel, tan públicos, tan públicos y poco míos. Y esos ojos con ausencia de mí, tan almendra negra que vela a las almas tristes. Mi cuerpo extraña tu abrazo, ese contacto suave y firme de suspiros profundos. La cobardía me cubre casi en la totalidad, solo mis dedos, que escriben este texto, han quedado desprotegidos y se sublevan, pero qué pueden hacer esos pequeños frágiles que se entumen todas las mañanas. Te hubiese gustado estar aquí, la nostalgia bajó hoy por las montañas en forma de neblina y nos cubrió a todos. No alcanzo a ver nada a mi paso, solo luces borrosas en una calle trémula e indiferente. Me imagino que hoy es luna llena y tú no la verás, preferirás quedarte en casa porque escuchaste que en noches de luna llena la bestia se apodera de todos y los índices de crímenes y accidentes aumentan. Te gusta creer tonterías y entonces no estarás caminando bajo la misma luna por la que apenas si a...

Martha hacedora de filas

¿Qué sabes tú de mí que he pasado más de 20 años a la espera? Resonaba esa frase neblina de un octubre sin lluvias que carcomía de frío a los huesos expuestos. En medio del parque, solitaria, estaba Martha espera sintiéndose extraña en una ciudad automatizada donde la inmediatez era ya. Y ella sin poder sentirse útil pues su experiencia en 20 años de espera no había sido como la de cualquiera que aprende a vencer su cuerpo al aire y a dejar su mente suspensa... porque ella se especializó en filas. Sí, en esperar en filas. Filas que se organizaban por orden de llegada, por preferencia de sexo o de status, o de gravedad, por gustos o tamaños o edades; filas de uno o de mil a espera de avanzar hacia algo moviéndose con cadencia. Esta peculiaridad la capacitaba para pensar frecuentemente en cómo escapar de ellas, en cómo aprovechar las más cortas o las más rápidas o en cómo no salirse de control y evitar las frustraciones que provocaban. Aprendió también a hacerlas con gusto y ...