Morir de tristeza no existía en el mundo de Martha, pero si morir de aburrimiento, de espera e inmovilidad. Se casó con la idea de necesitar que el otro la procurara, y así, era común que pasara sus días pensando en cómo la iban a abordar. Lamentablemente para Martha, en su mundo, las mujeres debían de tener la iniciativa. La pasividad femenina nunca había ocurrido, ella era un caso único, y por anormal, mal visto. A los hombres les molestaba que ella no hiciera nada, que dejara de estudiar, que no trabajara... no en un sentido de producción material, sino que realmente desesperaba ver a alguien sentado, en cualquier lugar, sin que aconteciese nada.
Luego de muchos años y pocas arrugas, de flaqueza corporal y costumbre al hambre, Martha llegó a una planicie cubierta de trigos enanos, que le llegaban al tobillo. En lo que podría ser el centro de dicho lugar, se erigía un árbol de tronco ancho, ramas largas y fuertes, y hojas de 23 diferentes tonos de verdes. El árbol se encontraba cercado, con un letrero que decía "llamame José". José el árbol era un espectáculo en sí mismo. En noche de luna llena romantico parecía, en noche de cuarto menguante, espantaba a las sombras de las nubes; en día de lluvia él lloraba y su tristeza se contagiaba a quien lo veía; en día soleado, sus hojas reflejaban la luz, tornándolo resplandeciente cual estrella. La gente no lo procuraba, argumentaban no tener tiempo pero la verdad es que nadie soportaba tantos cambios anímicos, los árboles de ese planeta o eran tristes o alegres, sin ningún matiz ni alteración. Si, José el árbol también era anormal.
Martha, la que siempre espera, decidió esperar a la vera de José árbol. José, el que siempre había tenido raices, se contentó con la idea. Transcurrido el tiempo le gente comenzó a hablar. Martha no había mudado de sitio y José no había mudado de ánimo, es más, se encontraba en uno que nunca antes había tenido... sus verdes eran azules, rosas, amarillos, rojos... emanaba todos los colores imaginables, sólo cuando Martha estaba cerca.
Martha espera dejó de esperar sin cambiar de hábitos, por lo que la gente no lo percibió. José árbol era el único que notó el cambio, y se sintió tan cómodo que por primera ver reacomodó sus ramas, casi imperceptiblemente a modo de abrazar a Martha. Cuando ella le sintió, sin que se supiera dispuesta, dejó caer su peso, y acarició a José árbol.
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