Martha soñó cinco años y fue monstruo y femme fatale y niña asustada que corría detrás de su padre para protegerse de sus gnomos hermanastros.
Despertó desdibujada, sin norte ni sur ni palacios de cristal en una isla con casas arena y viento martilleante. Despertó dopada, con cuerpo dolor y una resaca brutal. Despertó por una bofetada del mar queriéndola hacer reaccionar pero se quedó en la inmensidad sin comprender la nueva vigilia.
El hambre, el sol, el frío, y el sueño intentaron moverla, pero cuando no hay sensación de vacío y simplemente hay falta de significado, poco se puede hacer. Apenas si viró el cuerpo, abrió la boca, se cubrió con la mano, cerró los ojos, y dejó la vida pasar unos días, y por unos días quiero decir eternidades.
En ese transcurrir del tiempo, carente de emoción, mirando las estrellas, sus ojos se hicieron agua y destilaron océanos que inundaron otros mundos en la oscuridad, cuando nada la podía observar. En la lobreguez sintió la incapacidad de ser un ser y se volvió piedra.
Martha desdibujada quedó transfigurada a conveniencia del entorno que a cada capricho provocaba una percepción distinta. Y por capricho también, pero del destino, un grafito golpeó su ojo y la hizo parpadear al atravesar las duras costras.
José lápiz se quedó en su regazo, ¿ella se volverá a bosquejar?
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