Mi azotea, con Pablo pintando, quemando, aventando incandecencias a la iglesia para no estallar. Mi azotea sin sostén por el día de la mujer y dos caballeros fotografiando: libertad gritada. Mi azotea con Ferry todas las mañanas cargando su silla, acomodándola y bebiendo café en olla de barro, respirando un México al que despierta con su violín chillidos de gato. Mi azotea con noches de amigos, tzikbales, vino o cerveza, con quienes hablan por los codos, discuten por el placer de hacerlo, o quienes, como yo, callan por aburridos y duermen temprano, intentando pasar desapercibidos. Mi azotea mirando a una casa en ruinas con algunos azulejos amarillos, azules, blancos, mirando Bellas Artes y la iglesia que descubre decaída, cuyo nombre nunca he querido recordar. Mi azotea presenciando las primeras reuniones de la maestría, de noche, con el miedo a caer y desaparecer que, creo, nos marcará por siempre. Mi azotea estrellada por botellas que algún pseudo poeta castiga, tan hijo de puta él. Mi azotea a las tres de la mañana, marcando la mejor luna naranja, y a las diez con el calor necesario para mi etapa de lagartija. Mi azotea con mi cuerpo encima, sintiéndolo todo, mi corazón que le sacude y menciona que el empuje es para besarla y hacerla sonreir. Mi azotea protectora de mi casa de los años 30 o 50 o no sé, mi casa vieja que caerá pronto, tal vez con algún vecino de ocho años que logre escapar de los escombros, y conmigo lejos, añorándola durante ratos de ocio.
Confabulaciones mentales del cotidiano
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