Ir al contenido principal

La alegría de vivir en situación de muerte

Emergió volando, ¡no se rían que no es broma!, yo la vi con mis ojos, la sentí ascendiendo. A cada golpe del verdugo, a cada insulto y carcajada inhumana ella iba teniendo el rostro más calmo. Ellos desesperaban y propinaban mayor golpiza, le dieron más fuerte que a cualquiera de los muchachos. Nosotros la veíamos, impotentes, cansados, llorando sangre por ella y los demás. No la violaron como a otras compañeras, creo que porque les daba repugnancia su risa en crecimiento, parecía loca, cuando le dieron choques eléctricos aparentaba tener un orgasmo, la imagen me fue totalmente adversa, ¿cómo podía disfrutar eso?


Después lo comprendí.


A pesar de ser varios nos levantaron saliendo del café, en las camionetas estaban otros compañeros. ¡Ya nos llevó la chingada! Susurró con el pánico asfixiando su voz, se sintió lejos y muerta. Lloró y se orino, como muchos. Vendaron nuestros ojos, nuestra boca, brazos y piernas, además nos pusieron una capucha, ya lo sabíamos, nos privarían de los estímulos que nos orientaban. Y si, al poco desconocíamos nuestro paradero y si era de día o de noche. Lo esperado, no teníamos nombres, éramos los revoltosos, los apestados, esos orinados por el diablo. Nos llamaban perros, sencillo y contundente para aprender rápidamente que éramos menos de lo que siempre seríamos, que no valíamos más que para aterrarnos entre nosotros a causa de la escucha de los gemidos y gritos.


Yo seré la siguiente o tú pero todos pasaremos. Te oí decir mientras apretabas labios y puños.


En situaciones así te sabes incapaz de ti. Las certezas desaparecen y mil ideas fatalistas corren por tu mente. A veces el miedo no te deja pensar, no puedes apartar los sonidos chirreantes para hacerte imágenes claras de los domingos en el campo. Piensas en tus amigos y familia, en tu pareja, en lo que les puede ocurrir. Sabes que no importa lo que digas, que dejaran a algunos vivos para que difundan lo acontecido y expandan el terror entre la población. Las madres no dejarán salir a los hijos, les obligaran a seguir todas las normas, no sea que mañana también a ellos se los carguen.


Después de tanta mierda que pasa por tu cabeza, después de tantos golpes y sonidos estridentes, te cansas, ya no sabes lo que dices y sientes. A punto de desmayar te reactivan ¡no que no culero!


Nos pusieron en un cuarto pintado de blanco y manchado de sangre, con mucho eco. Nos empujaron al centro. Se ensañaban con las mujeres, todo lo sexual se los lastimaban. Nosotros lo sentíamos, no sé cómo, pero lo hacíamos.


La tomaron por detrás y con un trapo blanco taparon su cabeza, de ahí la arrastraron a una esquina y la patearon entre cuatro. Gritos sofocados o ruidos que lo parecían. En un inicio sus manos acudieron al trapo para tratar de deshacerse de él y de la asfixia, después iban para todos lados y terminaron por cubrir su rostro. El trapo terminó rojo.


Nunca perdió el sentido, reía como loca pero no lo estaba. Sólo los provocaba, sus burlas eran hacia ellos, hacia su poco coraje: no mostraban caras ni decían nombres. Sus carcajadas eran para sobrevivir ante tanta mierda y para ensuciarlos de vida, aunque fuera un poco.


No sobrevivió, no es cierto, si lo hizo. Se fue en mi mente, yo no regué miedo, di esperanza, hable de ella y su lucha por tratar de mantener y contagiar la alegría de vivir en situación de muerte.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Martha hacedora de filas

¿Qué sabes tú de mí que he pasado más de 20 años a la espera? Resonaba esa frase neblina de un octubre sin lluvias que carcomía de frío a los huesos expuestos. En medio del parque, solitaria, estaba Martha espera sintiéndose extraña en una ciudad automatizada donde la inmediatez era ya. Y ella sin poder sentirse útil pues su experiencia en 20 años de espera no había sido como la de cualquiera que aprende a vencer su cuerpo al aire y a dejar su mente suspensa... porque ella se especializó en filas. Sí, en esperar en filas. Filas que se organizaban por orden de llegada, por preferencia de sexo o de status, o de gravedad, por gustos o tamaños o edades; filas de uno o de mil a espera de avanzar hacia algo moviéndose con cadencia. Esta peculiaridad la capacitaba para pensar frecuentemente en cómo escapar de ellas, en cómo aprovechar las más cortas o las más rápidas o en cómo no salirse de control y evitar las frustraciones que provocaban. Aprendió también a hacerlas con gusto y hast

José solo y Martha sombra

Un fantasma andante sin identificación ni temporalidad, así se encontró José a sí mismo a inicio de su existencia, luego de abrir por primera vez los ojos. Ya con visión, procede el trastabilleo de las piernas que lo pretenden sostener y trasladar. La sensación de la firmeza de la tierra se convirtió en su primer recuerdo, el segundo fue descubrir a una intrusa. La vio tímida al inicio, como quien no quiere pero al final, se da a lo grande. Aquella forastera salida de la incertidumbre se ató fuertemente a sus pies y comenzó a seguirlo durante el día. Tan acostumbrado a la soledad que había durado sus cinco primeros instantes de vida, que la idea de que alguien le sujetara le causó repulsión. Intentó de todo para desafanarse de esa carga pero todo inútil fue, menos esperar la ocultación solar y revelar que las noches eran enteramente para él. De día aprendió a inhalar el calor húmedo del ambiente y a llevar su ritmo, sin rumbo ni oficio ni beneficio arrastraba con fastidio esa zán

E agora José?

A propósito do poema de Carlos Drummond de Andrade José acorda e fica na cama, minutos, sem pensar em nada, horas, com a mente detida num ponto branco, anos que se esgotam exigindo o início, uma segunda oportunidade, para remendar os erros, embora os fios acabaram. Existe a certeza de que esse corpo tem vida pelo movimento quase imperceptível do seu peito. Se não fosse pela fome, sintoma subtil de quem ainda quer andar, seria como um dos imortais de Borges: Seria como aquele inextinguível que fica deitado no chão sem se mover, sem se importar com a chuva, com o frio ou com o calor; como aquele eterno que permanece com um ninho no ventre, com a pele cinzenta, sem falar, tentando esquecer a vida. Só pela exigência do corpo, forte fome, é que se põe de pé, vagarosamente, e volta a caminhar. Na rua, as pessoas olham para ele com pena. Às suas costas o rumo dos homens o trata por perdedor, vencido, e é o que ele é. Antes, há séculos, todas as mulheres o admiravam, gostavam do brilho no